jueves, 24 de octubre de 2013

EL POSITIVISMO Y SOCIALISMO




Es interesante mostrar cómo un buen grupo de los positivistas argentinos, especialmente los que siguieron la influencia de la Escuela de Paraná, se orienta hacia el socialismo. Del mismo positivismo van a deducir los postulados para establecer la justicia social en la Argentina. Desde luego, no siguen al comunismo. Éste les parece una solución extrema que puede ser evitada. Un mal no necesario. Algunos, como José Ingenieros y Juan B. Justo, hacen la revisión del marxismo combinándolo con el positivismo de Spencer. Otros encuentran en Comte presupuestos de justicia social menos violentos que en los deducidos por la filosofía marxista.
Una de las soluciones al problema social que plantea la lucha de clases la encuentran en la elevación del nivel educativo del trabajador. Tal intentó hacer Pedro Scalabrini en la Escuela Normal Popular de Esquina, que es puesta a su cargo. De esta escuela nos dice Víctor Mercante: “¡Qué hermoso ideal democrático, un obrero ilustrado, con todas las idealidades de la vida, un obrero que sepa conservar la salud y evitar las enfermedades, que sepa hablar, leer y escribir correctamente, que sepa sentir y utilizar los hechos y las leyes de orden material, vital y humano, un obrero que, en fin, sepa cumplir los deberes de la vida” (Mercante 1917). En esta escuela se diploman en oficios como se diploman en profesiones: “mucamas, niñeras, lavanderas, agricultores, carpinteros, herreros, sastres, zapateros”. Ahora bien, “transformar la educación en profesión para los niños o niñas que terminan sus estudios en la Escuela Popular, con su diploma correspondiente, que tiene, según mi modo de pensar, un gran valor permanente, porque ennoblece la profesión como la del médico, del ingeniero, del abogado, del maestro, del dentista, comprueba su preparación general y especial y señala a sus alumnos un rumbo fijo, una destinación práctica, en armonía con sus inclinaciones y aptitudes conocidas y reconocidas de acuerdo con sus padres o tutores”. Lo importante es dignificar el trabajo más humilde, darle la categoría que le corresponde en la sociedad. “La Escuela Popular está muy cerca de este ideal. Desde luego se rinde homenaje al trabajo productor y moralizador; a sus ojos la lavandera de Esquina y el emperador de Alemania son igualmente responsables, si cumplen dignamente los deberes de su profesión” (Mercante 1917).
Manuel A. Bermudes, del grupo de positivistas de la Escuela de Paraná, en un artículo titulado “Educación y socialismo”, hacía la defensa de los derechos del obrero a la ilustración. “La ignorancia —decía— no puede ser fuente de felicidad” (Bermudes 1897), oponiéndose en esta forma a quienes aseguraban que la difusión de las primeras letras era una crueldad. “No es la instrucción la que causa males en la sociedad, sino la falsa dirección moral que se imprime al espíritu”. Todas las masas siguen a sus jefes, “pero un pueblo ilustrado tendrá buen sentido para elegir o inclinarse hacia el mejor candidato, y ésta es ya una ventaja apreciable”. Es falso que sea una irritante injusticia la difusión de las primeras letras. Todo lo contrario. “El que llega a comprender su situación, siendo pobre, no se alarmará porque haya ricos, ni renegará de su choza humilde ni de sus rústicos padres”. El reconocimiento de la existencia de otras realidades, además de la propia, no implica necesariamente la infelicidad. La educación, por el contrario, ayuda al individuo a conocer el lugar social que le corresponde y a que se haga responsable de él. Conociéndolo “tenderá a perfeccionarse y a elevarse” (Bermudes 1897).
Se dice que el humilde tiende a ser necesariamente un delincuente; pero no hay tal. “Esa clase mal llamada superior, que pervierte sus instintos en orgías, que se eleva sin justicia y muchas veces contra ella, ésa es la clase peor, la más peligrosa; pero a la que el pueblo no conoce, porque no se le quiere dar el beneficio humano de instruirlo para conocerla.

J. Alfredo Ferreira, al terminar su “Síntesis de la política positiva de Comte”, mostraba también las relaciones del positivismo comtiano con el socialismo, encontrando en ellas una mejor solución al problema social que la ofrecida por el comunismo. “La utopía del comunismo —decía— ha sido útil, sin embargo, porque ha convencido a los proletarios de que la propiedad les importa más que el poder”.

 Carlos Marx no fue propiamente filósofo, sino más bien un economista y un sociólogo que prestó también atención a otros muchos campos: política, derecho, historia, estética y filosofía. Nació en Tréveris, Renania (1818) y murió en Londres, en 1895. Se educó en un ambiente liberal y democrático, opuesto al régimen absolutista prusiano. Estudió Derecho en Bonn y Berlín, pero se fue interesando cada vez más por la filosofía -”sin un 
sistema filosófico no se puede entender nada”-. En 1841 se doctoró en filosofía en Jena, con una tesis sobre “Diferencia entre las filosofías de Demócrito y Epicuro”. Comenzó leyendo a Hegel y a Feuerbach en profundidad. Sus primeros trabajos fueron colaboraciones en periódicos de la burguesía renana, abordando problemas sociales. Prohibieron el periódico y marchó a París en 1843.


No hay comentarios:

Publicar un comentario